Opinión: La cultura del respeto en crisis. puntualidad e indiferencia en los tiempos modernos.
- German Estuardo Morales
- 19 ago
- 2 Min. de lectura

La puntualidad, alguna vez considerada una virtud esencial, parece haberse transformado en una rareza en nuestros días. Lo que antes era signo de respeto y compromiso hacia los demás, hoy se diluye en excusas recurrentes: el tráfico, la agenda apretada, la distracción. Pero no se trata simplemente de llegar tarde; detrás de ese gesto se esconde un mensaje más profundo: “mi tiempo importa más que el tuyo”.
La falta de respeto, sin embargo, no se limita a la impuntualidad. Se manifiesta también en otra costumbre cada vez más extendida: la indiferencia frente a quienes ofrecen un servicio. ¿Cuántas veces alguien pregunta por un producto, solicita información detallada, presupuestos, fotos o llamadas de seguimiento, y luego desaparece sin siquiera dar una respuesta? Ni un “sí” ni un “no”. Un silencio que habla más fuerte que las palabras.
Ambos fenómenos —la impuntualidad y la indiferencia— comparten una raíz común: la pérdida de empatía y consideración en la vida cotidiana. Nos hemos acostumbrado a minimizar el impacto de nuestras acciones en los demás, como si el tiempo y el esfuerzo ajeno fueran infinitos y gratuitos. En un mundo hiperconectado, donde contestar un mensaje o llegar a la hora acordada resulta más sencillo que nunca, la falta de estas pequeñas muestras de respeto se vuelve aún más llamativa.
Lo que está en juego no es solo la eficiencia, sino la calidad de nuestras relaciones humanas. Ser puntuales, contestar un mensaje, dar una respuesta, aunque sea negativa, son gestos pequeños que construyen confianza y dignidad en nuestras interacciones. Ignorarlos, en cambio, erosiona la convivencia y normaliza la idea de que el otro “no importa”.
En definitiva, la impuntualidad y la indiferencia no son simples descuidos: son síntomas de una cultura que ha ido tolerando la falta de respeto en lo cotidiano. Pero la buena noticia es que revertir esta tendencia está en nuestras manos. Recuperar la puntualidad, responder con honestidad, valorar el tiempo del otro, no requiere grandes cambios, sino voluntad. Y quizá ahí esté la clave: en volver a mirar a los demás no como un estorbo en nuestra agenda, sino como personas con tiempo y esfuerzo tan valiosos como los propios.
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